martes, 26 de noviembre de 2013

Manipulación de la prensa

El pasado miércoles 26 de septiembre conversaba con algunas personas sobre los sucesos ocurridos en Madrid el día anterior, en esa manifestación de decenas (sí, decenas) de miles de ciudadanos a las puertas del Congreso de los Diputados. Y no pude soportar mi perplejidad: esas personas habían reducido su visión de los hechos a una sola imagen, esa en la que se ve a un encapuchado pegar una patada a un policía. Luego recordé que, efectivamente, esa había sido la escena que más veces se repitió en la mayoría de los espacios informativos de las principales cadenas de televisión. Juan Goytisolo nos advertía de cómo los medios de comunicación "construyen realidades" que pueden no corresponderse, en absoluto, con lo real, con lo verdadero. Y que, por tanto, era necesario estar atentos a lo que no es noticia, para tener una percepción objetiva de la realidad. No obstante, en cuanto a los acontecimientos del 25-S, hay que decir que solo aquel que no ha querido ver, no ha visto, pues son toneladas de imágenes, de informaciones alternativas a las oficialistas, a las manipuladoras, las que están ahí (internet, prensa extranjera, etc.) por si alguien, de verdad, quiere abrir los ojos. Pero es cierto, debemos tener siempre presente que son los medios (con sus oscuros intereses) los que deciden apuntar con sus cámaras a un lugar, o a otro totalmente distinto. Y con esa decisión, que solo ellos toman, pueden (lo hacen, constantemente) distorsionar la realidad y, consecuentemente, modelar nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida.
Una joven atractiva, mientras se maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita una nueva versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi antojo. Este dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina. Frente a aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo pasado decidió ser libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a los hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia en la primera línea de la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían ya periclitadas, la seducción, la belleza física y el gancho del sexo para buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel de reina del hogar. Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe hijos, se ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a diario a machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes, ¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez, solo trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano que me explota o a un marido mediocre que me llevará a París si le hago un mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas mujeres que en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de nuevo a sus pies en la alfombra.